Cuando llegué a Porto en septiembre de 2008 sólo había estado allí dos veces antes: una en 2005 y otra en agosto de ese mismo año, para buscar residencia. Siempre me quedó pena de no haber ido en 2004, el año de la Eurocopa, cuando los turistas invadieron Vigo porque en Portugal ya no quedaban plazas de hotel. El ambiente futblero se dejó sentir por aquí durante algunos días, pero yo quería haber ido a Portugal. Aún así, siempre me quedará el consuelo de los mapas, los planos y las guías de la ciudad que, por lo menos durante un año más, abastecieron sus oficinas de turismo.
El día en que me instalaba allí, y sin quererlo ni saberlo, me recorrí toda la ciudad a pie. NOS recorrimos la ciudad, en realidad, porque me acompañaban en la aventura mis padres, mi hermana y mi mejor amiga. No conocíamos más que la calle principal, su MacDonald's, la calle de las tiendas, su centro comercial, el estadio desde la autovía y ligeramente mi residencia. Me costó muchos paseos e investigaciones saber dónde estaba cada cosa, cómo se llegaba, cuál era la salida del metro que más me convenía o el autobús que tenía que coger.
Ahora, casi dos años después de haber empezado mi andadura en Portugal, puedo decir que podría hacer de buena guía de la ciudad, aunque aún me quedan muchas cosas por descubrir.
"O Porto chama por ti" dicen los carteles en el centro y no son para nada pretenciosos. Cuando sucumbes al encanto de Oporto, su embrujo te cautiva para siempre. Los atardeceres desde el puente de Dom Luiz I, las colas interminables para coger el autobús a la salida de los trabajos estrictamente organizadas, los universitarios de la praxe vestidos con sus trajes negros, sus capas y sus carpetas; la carrera de Papás Noeles, la guerra de almohadas, la abundante iluminación navideña, los puestos de castañas, dar martillazos (de plástico) por doquier a todo el que te encuentres en la noche de San Juan... son muchos los pequeños detalles que hacen que te sientas bien viviendo en una ciudad y Porto no carece de ellos.
Por si tenéis pensado ir pronto, o algún día en el futuro, os voy a contar algo muy divertido que podéis ver (especialmente en época lectiva y hora punta):
La estación de São Bento siempre está llena de gente, turistas y usuarios habituales del tren (commuters, la mayor parte, que trabajan en Porto y viven en algún pueblo o ciudad de las afueras). Además de sus bonitos azulejos hay dos pantallas eléctricas gigantes, colgadas de la pared, para anunciar las próximas llegadas y salidas.

Un día de semana por la tarde (sobre las 5, quizá)os encontraréis con una masa de gente en el vestíbulo de la estación y, a excepción de los que estén admirando los azulejos, todos estarán con la vista alzada, como viendo para el techo. Entre ellos habrá turistas que realmente lo estén viendo, pero serán los menos. El resto de la gente estará como poseída viendo para las pantallas, como si su suerte se fuese a revelar en ellas. Estarán impasibles, sin separar sus ojos de las letras naranjas. Pero, entonces, algo cambiará, volverán en sí y correrán como posesos hacia la vía cuyo número había aparecido en la pantalla. Algunos tendrán aún que validar su tarjeta de transporte, poniendo en peligro su viaje, otros (los más rápidos) podrán ir sentados y el resto, se tendrá que conformar con poder agarrarse a alguna de las barras amarillas del interior del confortable tren.
I.