En doce días me marcho a vivir a Inglaterra un año y hay algo que me tiene terriblemente preocupada... NO ME GUSTA EL TÉ!!
No me gusta, no me gusta y no me gusta. No lo soporto. Lo intenté con distintos tipos, con bolsitas, natural, recién traído de Inglaterra... pero no hay forma: no me gusta. Y lo peor de todo es que tampoco me gusta su equivalente en los States; es decir, el café, que no me entra ni en helado.
¿Qué van a ser para mí las 5 de la tarde? ¿La hora de los bollos? ¿Del vaso de agua? Sea lo que fuere, le resta sofisticación al asunto. Toda la pomposidad que los ingleses se molestaron en darle en la época victoriana, cuando la ata sociedad celebraba fiestas del té por la tarde en los jardines, especialmente en la casa de campo o residencia de verano, me la cargo yo en dos minutos.
Todo lo más que puedo prometer es intentar tomarlo en reducidas dosis pero frecuentemente, para que las papilas gustativas se acaben acostumbrando y pasadas unas semanas consiga ingerir la mitad de una "cup of tea".
Desde aquí iré informando de mis progresos con ese producto tan sagrado para mis próximos anfitriones, pero de momento me limitaré a reseñar tres hechos que demuestran su importancia en el mundo aglosajón:
- Cada británico consume al año 2,1 kg. de té.
- Una de las novelas más conocidas de la literatura inglesa, Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, dedica uno de sus capítulos a describir una fiesta del té, que la protagonista comparte con la Liebre, el Sombrerero loco y un Lirón.
- Y por ultimo... No les llegaba con tomarlo todos los días y hablar de él en libros y musicales, que también tuvieron que convertir al té en causante de un gran episodio histórico: la Guerra de Indepedencia de los Estados Unidos, que comenzó tras el Motín del té de Boston.
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